viernes, 11 de diciembre de 2015

25 Viajes que Hacer Antes de los 40

Es inevitable. Los 40 ya están aquí, en mitad de una lluvia de consejos publicitarios para luchar contra complejos impuestos.
Es una crisis? No, esa palabra es muy fea ahora.
Es un cambio? Pues tampoco, porque de la noche a la mañana la vida no se va a desacelerar ni van a llegar como de la nada todas esas experiencias que no se han vivido.
Pero sí que es un momento para echar la vista atrás, repasar lo vivido y hacer propósito de enmienda. Y en este caso, de enmienda viajera.
Estos 25 lugares son un termómetro ideal para valorar si se han invertido bien o no los días de vacaciones y las horas de vuelo. Y si no, no pasa nada, no es tarde para pasar el resto de la vida poniendo chinchetas en el mapa de lo conocido.


1. Camino de Santiago, una obligación vital

Da igual como se haga, si a pata, en bicicleta o a caballo, pero tener la Compostela en casa es una obligación vital (más que espiritual) para antes de cruzar el ecuador de la vida. El Camino de Santiago es el viaje más metafórico que ha sido capaz de diseñar el hombre, pero también una excusa inmejorable para conocer el norte de España y todas las influencias artísticas que se colaron por esta vía. Y además, es también un buen momento para darle una nueva oportunidad al ser humano ya que se comparten kilómetros, conversaciones y cantimploras con desconocidos con una tendencia a desnudarse y a desnudar (el alma, se entiende) impropia de nuestros tiempos.





2. Islas Canarias, un paraíso cercano

Aquí hay que ponerse exigente, sacar el boli y comprobar si se ha estado, como mínimo, en 4 de las 7 islas (que me perdone la Graciosa). Porque no hay ninguna igual a la otra, porque están mucho más cerca de lo que parece y porque es un paraíso cercano donde no se habla (demasiado) raro. Y es que media vida vivida sin conocer los paisajes marcianos de Lanzarote, las playas inverosímiles e infinitas de Fuerteventura, los ecosistemas radicales de Tenerife, el traqueteo de la costa de Gran Canaria, la explosión de verde de La Palma o de La Gomera o los fondos marinos intranquilos de El Hierro tiene delito.





3. Costa Brava o la verdadera buena vida

La Costa Brava está para cuando ir a la playa es mucho más que tirarse a la bartola y superar decentemente resacas discotequeras. Porque esta región es Dalí, es el cabo de Rosas y sus acantilados modélicos, es vino y es gastronomía. Pocos lugares del mundo pueden presumir de tener a tantos y tan buenos cocineros en una región eminentemente rural que es capaz de enterrar mitos urbanitas y cosmopolitas. Vamos, que es un buen lugar para cambiar ese concepto tan manido de ‘la buena vida’ porque aquí está el micromundo que todo hombre/mujer de bien necesita para serlo.





4. Rioja-Ribera del Duero, porque el vino es lo mejor que te ha pasado en la vida

Están cerca, son accesibles y cada rato se superan. Las dos regiones enoturísticas más potentes de este país están preparadas para sorprender y para convencer al españolito medio de que el vino es lo mejor que les ha pasado en la vida. Porque disfrutarlo es también comprender cómo se hace, visitar esas salas de barricas rebosantes y pasear por lo viñedos en busca de la recompensa. Y es que encima, aquí el vino ha aprendido a maridar con una gastronomía que poco a poco se reinventa siempre basándose en sus valores seguros y tradicionales, con una arquitectura que ha permitido que los grandes maestros diseñen sus propias catedrales y con una población noblota que ha aprendido de sus ancestros a hacer las cosas bien y a alardear lo justo.





5. Toscana, donde empezó todo

Tú que te has emocionado con canzioni italianas clásicas, que sabes ir a una pizzería y pedir bien (que tiene su mérito) y que tienes claro que en Florencia comenzó todo, tienes que perderte un mesecito en La Toscana. Esta región es mucho más que una buena publicidad, es un sitio donde directamente se es feliz. Visitando los palacios florentinos, callejeando por pueblos como San Gimigiano o Volterra, asombrándote ante Duomos como los de Siena o Pisa, bicicleteando por Lucca o disfrutando de la buena vida playera en Viareggio. Da igual, como sea. Pocos lugares del mundo ofrecen tanto y tan bien.






6. Flandes, una eterna excursión en tren

El norte de Bélgica es una eterna excursión en tren de trayectos cortos pero ante los que se genera unas expectativas ilusionantes. Y es que Brujas pone y mucho gracias a esa habilidad que tiene de crear rinconcitos bonitos. Gante es la mezcla perfecta entre la vida universitaria y la manera despampanante que tienen de hacer las ciudades por aquí. Luego están otras desconocidas como Malinas, Lovaina y Ostende y siempre, en el horizonte, la palpitante Amberes, uno de esos destinos inquietantes que han tratado de romper con su pasado feúcho e industrial para ser molón y atractivo.






7. Escocia, donde la naturaleza y los pubs imponen su ley

Estamos ante otra de esas regiones peculiares, con una idiosincrasia y una cultura tan particular que merece una radiografía en forma de visita. En ella se descubren los pubs ocultos de Glasgow, los trenes que van siempre al norte, los castillos fantasmagóricos, los lagos con y sin monstruo y los campos de golf primigenios de St. Andrews y alrededores. Todo en una conversación más bien subidita de tono con una naturaleza que impone su ley y que asilvestra el carácter de los escoceses. Los 40 no se deben de cruzar sin alguna anéctoda ebria que incluya una Kilt como protagonista. Y, por supuesto, sin haber recorrido de arriba abajo Edimburgo.






8. Fiordos noruegos: orgasmo turístico

Vaya a su perfil de Facebook y busque una foto posando en el púlpito de Stavanger. ¿No? ¿No hay nada? Pues es un gran error puesto que el punto culminante de toda excursión por los fiordos es uno de los miradores más espectaculares del Planeta. Desde Stavanger hasta Nordmore se suceden sorprendentes paisajes donde todo es tan natural que pisar fuera del barco parece hasta un delito. Y luego está la nota de color que ponen ciudades como Bergen o Haugesund que, sin ser la panacea de la diversión urbana, ayudan al orgasmo turístico noruego.





9. Viena, antes del amanecer

Está claro que a Viena hay que ir antes del amanecer para dejarse impresionar por sus tropecientos mil palacios. Porque antes de que la vejez sorprenda, todo ser humano debe haberse imaginado como un rey austrohúngaro, paseando por esa Viena imperial y asistiendo al famosísimo concierto de Año Nuevo (para acabar dando palmas como unos borregos, pero bueno…). Volviendo al Siglo XXI por el camino hay que entrar en un café vienés, tomar una tarta Sacher y volverse a preguntar por qué narices llaman azul al Danubio.





10. Baviera, el sur de Alemania

El extremo sur de Alemania ayuda a comprender por qué son tan aficionados los centroeuropeos a ir con su caravana a todos los lados. Y es que Baviera es una de esas regiones en las que hay que parar cada 10 kilómetros para no perderse nada. Porque tiene los Alpes, muchos lagos bonitos como el Constanza y pueblos espectaculares como Oberammergau. Y además, paisajes sorprendentes como es el castillo de Neuschwanstein y rincones culturales como Bayreuth. Luego siempre nos quedará la un poco pija Múnich, la histórica Nuremberg y la excursión a Salzburgo, ya en Austria.






11. San Petersburgo, la vuelta a los clásicos

Cuando se acerca a los 40, el homo sappiens se vuelve más clásico. Increpa el arte contemporáneo y busca destinos de relumbrón y pasado glorioso. Es entonces cuando irrumpe con fuerza el nombre de San Petersburgo, la ciudad zarista, los rastrojos de lo que un día fue un imperio. Y es que aquí todo gira en torno al mastodóntico Palacio de Invierno, donde el lujo llega a tales cotas que se permite tener un museo dentro (ese pedazo de Hermitage). Recorriendo los numerosos canales que invaden la ciudad se descubren otros maravillosos excesos como la Iglesia del Salvador sobre la sangre derramada (Josús).







12. Bretaña, la Francia más periférica os saluda

Por tutatis! Estos bretones sí que están locos. La Francia más periférica y rural les saluda con carreteras sin peajes y frondosos bosques en los que, de repente, hay pueblos. Con un carácter primitivo pero amable, los bretones se pasan el día tocando la gaita, bebiendo (dicen que no hay nadie que les tumbe en una taberna) y presumiendo de una tierra que lo tiene todo. Desde los castillos de su antigua frontera con Francia hasta los acantilados más salvajes, desde el cosmopolitismo de Rennes hasta las playas belle epoque de Saint-Maló. Todo regado con buena sidra y alimentado con crepes a cascoporro, uno de los maridajes más apañados y divertidos que existen. Ah, y aunque administrativamente se encuentre en las primeras estribaciones de Normandía, la excursión al Mont Saint-Michel es OBLIGATORIA. ¿Turístico? Un porrón, pero claro, es lo que tiene ser tan bonico.







13. Colosos chinos o casi chinos: Beijing, Macao, Shanghái y Hong Kong

Siendo realistas, se necesitan más de 40 años para conocer China, así que mejor centrarse en sus 4 grandes ciudades. Beijing es el reflejo de una historia convulsa pero cargada de momentos gloriosos. Shanghái, su icono contemporáneo y la primera ciudad global ya que lleva un siglo abriendo sus puertas a los extranjeros. Y fuera de sus dominios administrativos, está la rascacielera Hong Kong, plagada de diversiones y excesos y Macao, Las Vegas asiáticas. Todas ellas con sus razones más o menos frikis para conocerlas y con los contrastes consecuentes de la construcción sin medida y de las ganas de llamar la atención a toda costa.






14. Laos, Vietnam y Camboya: la antigua Indochina

Esta es una especie de last call para el espíritu mochilero veinteañero. Laos, Vietnam y Camboya se deben de recorrer de la manera más amateur, llenando el macuto de anécdotas y con un palo en la mano para ahuyentar a los monos. Pero esto no es andar por andar, es descubrir tras la frondosidad de la selva templos como Angkor Wat, los budas gigantescos de Laos o las maravillas naturales como la bahía de Halong. Y, al final, encontrar un pequeño bungalow en cualquier playa donde anclarse para siempre.






15. Tokio, la ciudad extravagante

No se sabe si los japoneses están locos y por eso construyeron Tokio o si Tokio es el causante de tanto delirio colectivo. Ante este panorama hay dos opciones: desorientarse y lamentarse a lo Lost in translation o empaparse de ese ambiente para enloquecer bajo los neones de Shinjuku y Shibuya y acabar siendo un friki más de los que pasean por Harajuku. Y antes de los 40 es lo que hay que hacer. Claro está que la capital de un país con tanto bagaje también tiene que tener su parte más tradicional con lugares como el templo de Sensoji.





16. Machu Picchu, un motivo de sobra para lanzarse colina arriba

Que sí, que vale, que Perú es muy bonito y se come como en ningún lado. Pero es que Machu Picchu es tan especial, tan único y tan espectacular que merece que se cruce todo el planeta solo por llegar hasta aquí. Antes de que la pereza y otras obligaciones marquen el resto de los veranos de la vida, hay que plantarse un marzo y decir: “este verano es el ahora o nunca entre Machu Picchu y yo”. Luego sobran los motivos para lanzarse colina arriba y llegar como sea a una de las maravillas del mundo.





17. Río de Janeiro, mira qué cosa más linda

Mira que cosa más linda y más llena de… lo que dijera la canción, no solo se puede aplicar a esa garota, sino también a toda Río. Río es la ciudad que no quiere ser metrópolis, la mezcla perfecta entre naturaleza, ciudad y una población que constantemente cambia el paisaje urbano. Pero lo que ni pueden ni quieren moldear son esas playas que todo el mundo conoce de memoria (Copacabana, Ipanema…) y esos montes como el Pan de Azúcar o el Corcovado (con su Cristo) que son capaces de eclipsar los modernos hoteles y los edificios de Niemeyer que salpican el lugar.


 

18. Riviera Maya-Chichen Itzá, la mezcla perfecta entre descanso y cultura


Por mucho que parezca que el Caribe da una pereza máxima, siempre hay que darle una oportunidad a la Riviera Maya. Y no es por razones playeras y adjetivos del estilo “paradisiaco” sino más bien por esa mezcla perfecta entre descanso y cultura ante la cual es más malote no se puede resistir. Porque cuando uno se cansa de tanta maravilla natural exuberante tiene que ir a Chichen Itzá para asombrarse de los prodigios técnicos humanos y plantarse ante una de las mayores obras que ha hecho el hombre. Y luego, ya si eso, de vuelta a la playa.





19. La Costa Oeste estadounidense, el viaje mítico por excelencia


Sí, es un viaje ambicioso, pero hay que hacerlo. Y me dirán ustedes que si es por el cine y por los mitos creados y el colonialismo cultural y bla bla bla. Da igual, el caso es que ir desde San Francisco hasta la frontera mexicana es una auténtica pasada. Porque se vive el ambiente de la ciudad más alternativa de Estados Unidos, porque se cruza el Golden Gate, porque se atraviesa y se bebe el valle de Napa, porque se llega a playas míticas de Santa Mónica o se recorre el cinéfilo mundillo de Hollywood. Y si falta alguna razón aquí tienen otra más infantil: dejarse el vértigo en los tropecientos mil parques temáticos para concluir la ruta en el famoso zoo de San Diego.





20. Buenos Aires y sus reclamos icónicos

La capital argentina le debe todo lo que tiene a esa cultura que ha sabido exportar. No es la ciudad más monumental al sur del canal de Panamá, pero sí que está llena de reclamos icónicos que van desde el fútbol (con ese maravilloso y peligroso barrio de la Boca) hasta la música, con teatros como el Gran Rex o el monumental Colón. Y luego están esos barrios como Recoleta o San Telmo, tan decadentes como encantadores, donde el tango rebosa las paredes de cualquier bar. Y por supuesto, Puerto Madero, puerta de entrada a la ciudad y lugar donde todo se mezcló hasta formar lo que es ahora Argentina.



21. Egipto, la ribera más espectacular del planeta


Ríos hay muchos y muy bonitos pero como el Nilo ninguno. Estamos ante la ribera más espectacular del planeta, ante la sucesión más impresionante de templos, pirámides y conjuntos arqueológicos. Hay mucha leyenda urbana negativa en torno a los cruceros fluviales, pero es una experiencia que hay que vivir como mal menor antes de perderse en las pirámides o dejarse el cuello admirando Abu Simbel. Y si sobra el tiempo, Egipto tiene mucho más que faraones. Su nuevo potencial turístico crece en torno al Mar Rojo y ese destino para el submarinismo como es Sharm el Sheikh.








22. Jordania: el desierto os sienta tan bien…


El desierto sienta bien. Es una experiencia de esas indescriptibles en las que el ser humano se ve expuesto ante una inmensidad que no puede ni sabe digerir. Quizás la experiencia desértica más completa se de recorriendo Jordania, encontrando no solo las dunas de Wadi Rum sino ruinas de ciudades romanas como Gerasa y Gesada o castillos en pleno yermo como Qusair Amra y Qasr Kharana. Y luego está la siempre sorprendente Petra, un monumento escondido, resguardado y que tiene la habilidad de hacer sentir muy Indiana Jones al que llega a su sombra.
 




23. Islas griegas, paraíso mediterráneo


Cuando uno se acerca a los 40 hay una amenaza latente y muy, pero que muy realista: hacer un crucero. Pues aquí va una razón a su favor. Bueno, más que una, unas cuantas en formas de islas de ensueño por el mar Egeo. Cada una es un mundo diferentes por lo que en el fondo el viaje se convierte en una conversión constante de vidas. Desde la fiestera de Mykonos hasta la pintoresca Santorini sin olvidar las más culturetas como Rodas o Creta. Y lo curioso es que al final la cosa no va de elegir, sino de querer volver desesperadamente. Hay tiempo después de los 40…



24. India norteña, inabarcable, pero necesaria


Con la India ocurre como con China: es prácticamente inabordable en una vida. Por eso, tiremos de tópicos justificados para ir a sus reclamos más notables. Es decir, para hacer esa ruta que para en Delhi, Agra y Jaipur y que tiene un objetivo principal: el Taj Mahal. Antes de llegar al gran mausoleo, por el camino se dejan espectaculares templos y ciudades rebosantes de personas y de anécdotas. Y si se tiene tiempo, la excursión hasta Benarés se antoja imprescindible para contemplar el Ganges en pleno esplendor rodeado de santuarios.



25. La Costa Dálmata y los mejores veraneos del mundo


Croacia se ha ganado de sobra el convertirse en un destino clave para completar una vida turística respetable. A su icono Dubrovnik, catapultado definitivamente gracias a Juego de Tronos, le ha sumado toda una costa que se está ganando un hueco dentro las mejores costas para el veraneo del planeta. Hvar, Zadar, Split, Rijeka o Pula son los puertos más destacados de una alineación infinita plagada de playas vírgenes y pequeños pueblos donde desconocen el concepto souvenir.