Es inevitable. Los 40 ya están aquí, en mitad de una lluvia de consejos publicitarios para luchar contra complejos impuestos.
Es una crisis? No, esa palabra es muy fea ahora.
Es un cambio? Pues tampoco, porque de la noche a la mañana la vida no se
va a desacelerar ni van a llegar como de la nada todas esas
experiencias que no se han vivido.
Pero sí que es un momento para echar la vista atrás, repasar lo vivido y
hacer propósito de enmienda. Y en este caso, de enmienda viajera.
Estos 25 lugares son un termómetro ideal para valorar si se han
invertido bien o no los días de vacaciones y las horas de vuelo. Y si
no, no pasa nada, no es tarde para pasar el resto de la vida poniendo
chinchetas en el mapa de lo conocido.
1. Camino de Santiago, una obligación vital
Da igual como
se haga, si a pata, en bicicleta o a caballo, pero tener la Compostela
en casa es una obligación vital (más que espiritual) para antes de
cruzar el ecuador de la vida. El Camino de Santiago es el viaje más
metafórico que ha sido capaz de diseñar el hombre, pero también una
excusa inmejorable para conocer el norte de España y todas las
influencias artísticas que se colaron por esta vía. Y además, es también
un buen momento para darle una nueva oportunidad al ser humano ya que
se comparten kilómetros, conversaciones y cantimploras con desconocidos
con una tendencia a desnudarse y a desnudar (el alma, se entiende)
impropia de nuestros tiempos.
2. Islas Canarias, un paraíso cercano
Aquí hay que
ponerse exigente, sacar el boli y comprobar si se ha estado, como
mínimo, en 4 de las 7 islas (que me perdone la Graciosa). Porque no hay
ninguna igual a la otra, porque están mucho más cerca de lo que parece y
porque es un paraíso cercano donde no se habla (demasiado) raro. Y es
que media vida vivida sin conocer los paisajes marcianos de Lanzarote,
las playas inverosímiles e infinitas de Fuerteventura, los ecosistemas
radicales de Tenerife, el traqueteo de la costa de Gran Canaria, la
explosión de verde de La Palma o de La Gomera o los fondos marinos
intranquilos de El Hierro tiene delito.
3. Costa Brava o la verdadera buena vida
La Costa Brava
está para cuando ir a la playa es mucho más que tirarse a la bartola y
superar decentemente resacas discotequeras. Porque esta región es Dalí,
es el cabo de Rosas y sus acantilados modélicos, es vino y es
gastronomía. Pocos lugares del mundo pueden presumir de tener a tantos y
tan buenos cocineros en una región eminentemente rural que es capaz de
enterrar mitos urbanitas y cosmopolitas. Vamos, que es un buen lugar
para cambiar ese concepto tan manido de ‘la buena vida’ porque aquí está
el micromundo que todo hombre/mujer de bien necesita para serlo.
4. Rioja-Ribera del Duero, porque el vino es lo mejor que te ha pasado en la vida
Están cerca,
son accesibles y cada rato se superan. Las dos regiones enoturísticas
más potentes de este país están preparadas para sorprender y para
convencer al españolito medio de que el vino es lo mejor que les ha
pasado en la vida. Porque disfrutarlo es también comprender cómo se
hace, visitar esas salas de barricas rebosantes y pasear por lo viñedos
en busca de la recompensa. Y es que encima, aquí el vino ha aprendido a
maridar con una gastronomía que poco a poco se reinventa siempre
basándose en sus valores seguros y tradicionales, con una arquitectura
que ha permitido que los grandes maestros diseñen sus propias catedrales
y con una población noblota que ha aprendido de sus ancestros a hacer
las cosas bien y a alardear lo justo.
5. Toscana, donde empezó todo
Tú que te has
emocionado con canzioni italianas clásicas, que sabes ir a una pizzería y
pedir bien (que tiene su mérito) y que tienes claro que en Florencia
comenzó todo, tienes que perderte un mesecito en La Toscana. Esta región
es mucho más que una buena publicidad, es un sitio donde directamente
se es feliz. Visitando los palacios florentinos, callejeando por pueblos
como San Gimigiano o Volterra, asombrándote ante Duomos como los de
Siena o Pisa, bicicleteando por Lucca o disfrutando de la buena vida
playera en Viareggio. Da igual, como sea. Pocos lugares del mundo
ofrecen tanto y tan bien.
6. Flandes, una eterna excursión en tren
El norte de
Bélgica es una eterna excursión en tren de trayectos cortos pero ante
los que se genera unas expectativas ilusionantes. Y es que Brujas pone y
mucho gracias a esa habilidad que tiene de crear rinconcitos bonitos.
Gante es la mezcla perfecta entre la vida universitaria y la manera
despampanante que tienen de hacer las ciudades por aquí. Luego están
otras desconocidas como Malinas, Lovaina y Ostende y siempre, en el
horizonte, la palpitante Amberes, uno de esos destinos inquietantes que
han tratado de romper con su pasado feúcho e industrial para ser molón y
atractivo.
7. Escocia, donde la naturaleza y los pubs imponen su ley
Estamos ante
otra de esas regiones peculiares, con una idiosincrasia y una cultura
tan particular que merece una radiografía en forma de visita. En ella se
descubren los pubs ocultos de Glasgow, los trenes que van siempre al
norte, los castillos fantasmagóricos, los lagos con y sin monstruo y los
campos de golf primigenios de St. Andrews y alrededores. Todo en una
conversación más bien subidita de tono con una naturaleza que impone su
ley y que asilvestra el carácter de los escoceses. Los 40 no se deben de
cruzar sin alguna anéctoda ebria que incluya una Kilt como
protagonista. Y, por supuesto, sin haber recorrido de arriba abajo
Edimburgo.
8. Fiordos noruegos: orgasmo turístico
Vaya a su
perfil de Facebook y busque una foto posando en el púlpito de Stavanger.
¿No? ¿No hay nada? Pues es un gran error puesto que el punto culminante
de toda excursión por los fiordos es uno de los miradores más
espectaculares del Planeta. Desde Stavanger hasta Nordmore se suceden
sorprendentes paisajes donde todo es tan natural que pisar fuera del
barco parece hasta un delito. Y luego está la nota de color que ponen
ciudades como Bergen o Haugesund que, sin ser la panacea de la diversión
urbana, ayudan al orgasmo turístico noruego.
9. Viena, antes del amanecer
Está claro que
a Viena hay que ir antes del amanecer para dejarse impresionar por sus
tropecientos mil palacios. Porque antes de que la vejez sorprenda, todo
ser humano debe haberse imaginado como un rey austrohúngaro, paseando
por esa Viena imperial y asistiendo al famosísimo concierto de Año Nuevo
(para acabar dando palmas como unos borregos, pero bueno…). Volviendo
al Siglo XXI por el camino hay que entrar en un café vienés, tomar una
tarta Sacher y volverse a preguntar por qué narices llaman azul al
Danubio.
10. Baviera, el sur de Alemania
El extremo sur
de Alemania ayuda a comprender por qué son tan aficionados los
centroeuropeos a ir con su caravana a todos los lados. Y es que Baviera
es una de esas regiones en las que hay que parar cada 10 kilómetros para
no perderse nada. Porque tiene los Alpes, muchos lagos bonitos como el
Constanza y pueblos espectaculares como Oberammergau. Y además, paisajes
sorprendentes como es el castillo de Neuschwanstein y rincones
culturales como Bayreuth. Luego siempre nos quedará la un poco pija
Múnich, la histórica Nuremberg y la excursión a Salzburgo, ya en
Austria.
11. San Petersburgo, la vuelta a los clásicos
Cuando se
acerca a los 40, el homo sappiens se vuelve más clásico. Increpa el arte
contemporáneo y busca destinos de relumbrón y pasado glorioso. Es
entonces cuando irrumpe con fuerza el nombre de San Petersburgo, la
ciudad zarista, los rastrojos de lo que un día fue un imperio. Y es que
aquí todo gira en torno al mastodóntico Palacio de Invierno, donde el
lujo llega a tales cotas que se permite tener un museo dentro (ese
pedazo de Hermitage). Recorriendo los numerosos canales que invaden la
ciudad se descubren otros maravillosos excesos como la Iglesia del
Salvador sobre la sangre derramada (Josús).
12. Bretaña, la Francia más periférica os saluda
Por tutatis!
Estos bretones sí que están locos. La Francia más periférica y rural les
saluda con carreteras sin peajes y frondosos bosques en los que, de
repente, hay pueblos. Con un carácter primitivo pero amable, los
bretones se pasan el día tocando la gaita, bebiendo (dicen que no hay
nadie que les tumbe en una taberna) y presumiendo de una tierra que lo
tiene todo. Desde los castillos de su antigua frontera con Francia hasta
los acantilados más salvajes, desde el cosmopolitismo de Rennes hasta
las playas belle epoque de Saint-Maló. Todo regado con buena sidra y
alimentado con crepes a cascoporro, uno de los maridajes más apañados y
divertidos que existen. Ah, y aunque administrativamente se encuentre en
las primeras estribaciones de Normandía, la excursión al Mont
Saint-Michel es OBLIGATORIA. ¿Turístico? Un porrón, pero claro, es lo
que tiene ser tan bonico.
13. Colosos chinos o casi chinos: Beijing, Macao, Shanghái y Hong Kong
Siendo
realistas, se necesitan más de 40 años para conocer China, así que mejor
centrarse en sus 4 grandes ciudades. Beijing es el reflejo de una
historia convulsa pero cargada de momentos gloriosos. Shanghái, su icono
contemporáneo y la primera ciudad global ya que lleva un siglo abriendo
sus puertas a los extranjeros. Y fuera de sus dominios administrativos,
está la rascacielera Hong Kong, plagada de diversiones y excesos y
Macao, Las Vegas asiáticas. Todas ellas con sus razones más o menos
frikis para conocerlas y con los contrastes consecuentes de la
construcción sin medida y de las ganas de llamar la atención a toda
costa.
14. Laos, Vietnam y Camboya: la antigua Indochina
Esta es una
especie de last call para el espíritu mochilero veinteañero. Laos,
Vietnam y Camboya se deben de recorrer de la manera más amateur,
llenando el macuto de anécdotas y con un palo en la mano para ahuyentar a
los monos. Pero esto no es andar por andar, es descubrir tras la
frondosidad de la selva templos como Angkor Wat, los budas gigantescos
de Laos o las maravillas naturales como la bahía de Halong. Y, al final,
encontrar un pequeño bungalow en cualquier playa donde anclarse para
siempre.
15. Tokio, la ciudad extravagante
No se sabe si
los japoneses están locos y por eso construyeron Tokio o si Tokio es el
causante de tanto delirio colectivo. Ante este panorama hay dos
opciones: desorientarse y lamentarse a lo Lost in translation o
empaparse de ese ambiente para enloquecer bajo los neones de Shinjuku y
Shibuya y acabar siendo un friki más de los que pasean por Harajuku. Y
antes de los 40 es lo que hay que hacer. Claro está que la capital de un
país con tanto bagaje también tiene que tener su parte más tradicional
con lugares como el templo de Sensoji.
16. Machu Picchu, un motivo de sobra para lanzarse colina arriba
Que sí, que
vale, que Perú es muy bonito y se come como en ningún lado. Pero es que
Machu Picchu es tan especial, tan único y tan espectacular que merece
que se cruce todo el planeta solo por llegar hasta aquí. Antes de que la
pereza y otras obligaciones marquen el resto de los veranos de la vida,
hay que plantarse un marzo y decir: “este verano es el ahora o nunca
entre Machu Picchu y yo”. Luego sobran los motivos para lanzarse colina
arriba y llegar como sea a una de las maravillas del mundo.
17. Río de Janeiro, mira qué cosa más linda
Mira que cosa
más linda y más llena de… lo que dijera la canción, no solo se puede
aplicar a esa garota, sino también a toda Río. Río es la ciudad que no
quiere ser metrópolis, la mezcla perfecta entre naturaleza, ciudad y una
población que constantemente cambia el paisaje urbano. Pero lo que ni
pueden ni quieren moldear son esas playas que todo el mundo conoce de
memoria (Copacabana, Ipanema…) y esos montes como el Pan de Azúcar o el
Corcovado (con su Cristo) que son capaces de eclipsar los modernos
hoteles y los edificios de Niemeyer que salpican el lugar.
18. Riviera Maya-Chichen Itzá, la mezcla perfecta entre descanso y cultura
Por mucho que
parezca que el Caribe da una pereza máxima, siempre hay que darle una
oportunidad a la Riviera Maya. Y no es por razones playeras y adjetivos
del estilo “paradisiaco” sino más bien por esa mezcla perfecta entre
descanso y cultura ante la cual es más malote no se puede resistir.
Porque cuando uno se cansa de tanta maravilla natural exuberante tiene
que ir a Chichen Itzá para asombrarse de los prodigios técnicos humanos y
plantarse ante una de las mayores obras que ha hecho el hombre. Y
luego, ya si eso, de vuelta a la playa.
19. La Costa Oeste estadounidense, el viaje mítico por excelencia
Sí, es un
viaje ambicioso, pero hay que hacerlo. Y me dirán ustedes que si es por
el cine y por los mitos creados y el colonialismo cultural y bla bla
bla. Da igual, el caso es que ir desde San Francisco hasta la frontera
mexicana es una auténtica pasada. Porque se vive el ambiente de la
ciudad más alternativa de Estados Unidos, porque se cruza el Golden
Gate, porque se atraviesa y se bebe el valle de Napa, porque se llega a
playas míticas de Santa Mónica o se recorre el cinéfilo mundillo de
Hollywood. Y si falta alguna razón aquí tienen otra más infantil:
dejarse el vértigo en los tropecientos mil parques temáticos para
concluir la ruta en el famoso zoo de San Diego.
20. Buenos Aires y sus reclamos icónicos
La capital
argentina le debe todo lo que tiene a esa cultura que ha sabido
exportar. No es la ciudad más monumental al sur del canal de Panamá,
pero sí que está llena de reclamos icónicos que van desde el fútbol (con
ese maravilloso y peligroso barrio de la Boca) hasta la música, con
teatros como el Gran Rex o el monumental Colón. Y luego están esos
barrios como Recoleta o San Telmo, tan decadentes como encantadores,
donde el tango rebosa las paredes de cualquier bar. Y por supuesto,
Puerto Madero, puerta de entrada a la ciudad y lugar donde todo se
mezcló hasta formar lo que es ahora Argentina.
21. Egipto, la ribera más espectacular del planeta
Ríos hay
muchos y muy bonitos pero como el Nilo ninguno. Estamos ante la ribera
más espectacular del planeta, ante la sucesión más impresionante de
templos, pirámides y conjuntos arqueológicos. Hay mucha leyenda urbana
negativa en torno a los cruceros fluviales, pero es una experiencia que
hay que vivir como mal menor antes de perderse en las pirámides o
dejarse el cuello admirando Abu Simbel. Y si sobra el tiempo, Egipto
tiene mucho más que faraones. Su nuevo potencial turístico crece en
torno al Mar Rojo y ese destino para el submarinismo como es Sharm el
Sheikh.
22. Jordania: el desierto os sienta tan bien…
El desierto
sienta bien. Es una experiencia de esas indescriptibles en las que el
ser humano se ve expuesto ante una inmensidad que no puede ni sabe
digerir. Quizás la experiencia desértica más completa se de recorriendo
Jordania, encontrando no solo las dunas de Wadi Rum sino ruinas de
ciudades romanas como Gerasa y Gesada o castillos en pleno yermo como
Qusair Amra y Qasr Kharana. Y luego está la siempre sorprendente Petra,
un monumento escondido, resguardado y que tiene la habilidad de hacer
sentir muy Indiana Jones al que llega a su sombra.
23. Islas griegas, paraíso mediterráneo
Cuando uno se
acerca a los 40 hay una amenaza latente y muy, pero que muy realista:
hacer un crucero. Pues aquí va una razón a su favor. Bueno, más que una,
unas cuantas en formas de islas de ensueño por el mar Egeo. Cada una es
un mundo diferentes por lo que en el fondo el viaje se convierte en una
conversión constante de vidas. Desde la fiestera de Mykonos hasta la
pintoresca Santorini sin olvidar las más culturetas como Rodas o Creta. Y
lo curioso es que al final la cosa no va de elegir, sino de querer
volver desesperadamente. Hay tiempo después de los 40…
24. India norteña, inabarcable, pero necesaria
Con la India
ocurre como con China: es prácticamente inabordable en una vida. Por
eso, tiremos de tópicos justificados para ir a sus reclamos más
notables. Es decir, para hacer esa ruta que para en Delhi, Agra y Jaipur
y que tiene un objetivo principal: el Taj Mahal. Antes de llegar al
gran mausoleo, por el camino se dejan espectaculares templos y ciudades
rebosantes de personas y de anécdotas. Y si se tiene tiempo, la
excursión hasta Benarés se antoja imprescindible para contemplar el
Ganges en pleno esplendor rodeado de santuarios.
25. La Costa Dálmata y los mejores veraneos del mundo
Croacia se ha
ganado de sobra el convertirse en un destino clave para completar una
vida turística respetable. A su icono Dubrovnik, catapultado
definitivamente gracias a Juego de Tronos, le ha sumado toda una costa
que se está ganando un hueco dentro las mejores costas para el veraneo
del planeta. Hvar, Zadar, Split, Rijeka o Pula son los puertos más
destacados de una alineación infinita plagada de playas vírgenes y
pequeños pueblos donde desconocen el concepto souvenir.